Lo que no es sanchismo, es fascismo

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Lo que no es sanchismo, es fascismo

El terrible asesinato del sacristán de una parroquia de Algeciras a manos de un sádico y risueño islamista, que alfanje en la mano, le rebanó la cabeza en dos partes estando ya en el suelo al confundirle con el párroco -al parecer, su objetivo principal- pone de manifiesto una vez más la posición del sanchismo ante los atentados, según quién sea el presunto autor y la presunta víctima de las amenazas. Resulta vergonzoso que nadie de su Gobierno asistiera a su funeral, celebrado precisamente en una de las iglesias profanadas por el yihadista, donde prestaba su servicio la víctima vilmente asesinada.

El conocido artilugio declarativo de estar contra la violencia «venga de donde venga» se da de bruces ante la evidencia de que también hay categorías ante la violencia según de quién proceda o hacia quién y dónde se dirija. A estas alturas del sanchismo ya tenemos suficiente experiencia al respecto, aunque salvo este último crimen, por desgracia consumado, en anteriores episodios ya están desvelados los autores y no pasaron de ser burdas amenazas que colocan al sanchismo ante el espejo de su sectarismo ideológico y ético.

Basta imaginar por un instante lo que hubiera sucedido si un bodrio como la ley para proteger a la mujer del maltrato y violencia de los machistas, esa del sólo sí es sí, hubiera sido promovida por un Gobierno del PP -¡no digamos ya si hubiera sido de Vox!- sin atender dictámenes jurídicos del Consejo de Estado y del CGPJ, siempre aconsejables y normalmente preceptivos, y que hubiera traído como consecuencia las rebajas de penas en cascada -camino de tres centenares- a condenados por esos delitos en menos de cuatro meses de vigencia de la norma.

Se puede leer todavía, o se podía, el tuit de Sánchez condenando el «asesinato» de una mujer de 71 años por violencia machista, frente a su tuit con la condena por el «fallecido» sacristán. Están también recientes en el recuerdo otros episodios que inundaron informativamente los medios con declaraciones de los «amenazados» acusando a la «ultraderecha» y los «fascistas» de su presunta comisión. Uno de ellos es el de la «navaja ensangrentada» (pintada de rojo) enviada -con remitente en el sobre- a la ministra Reyes Maroto, a la sazón candidata en las elecciones del 4-M en Madrid junto a Gabilondo. La puesta en escena que hizo a las puertas del Congreso, convirtiendo ese hecho en un acto de campaña electoral, se sitúa entre lo ridículo y lo patético.

Afortunadamente, los madrileños lo supieron calificar en las urnas la semana siguiente, lo que hace pensar que no reincidirán en esos espectáculos ahora que es nuevamente ministra candidata en Madrid, y a la alcaldía nada menos. Por cierto, no fue ésta la única teatralización con el mismo guión y, por las mismas fechas, tras los envíos de sobres conteniendo balas para Pablo Iglesias y otros altos cargos del Gobierno, ya esclarecida la autoría de un perturbado.

Otro episodio de este tipo sucedió hace tres meses mediante envíos de sobres con material explosivo, teniendo como destinatarios a diferentes organismos públicos, entre otros La Moncloa, el Ministerio de Defensa y las Embajadas de EEUU y Ucrania en Madrid. A la retórica habitual de señalamiento de autores o promotores, siempre en el mismo lugar del espectro político, se sumó en los últimos días nada menos que el New York Times apuntando como presuntos autores de los envíos a «grupos ultraderechistas vinculados a la inteligencia rusa».

Esta semana la Policía Nacional ha detenido al verdadero autor, que ha resultado ser un funcionario sepulturero jubilado del Ayuntamiento de Vitoria de 74 años de edad, ahora residente en Miranda de Ebro. Un póster de La Pasionaria y un busto de Lenin encontrados en su domicilio demostraron sin duda su clara vinculación con el «fascismo y la ultraderecha». De momento, no parece ser un agente de Putin, sino un lobo solitario y desde luego más ultraizquierdista que ultraderechista. Imaginen también el ruido político y mediático que se hubiese producido en caso de haber sido un «fascista» el autor. Esta desigualdad de trato es igualmente consecuencia de no plantear la necesaria «batalla cultural» a las izquierdas sanchistas.

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